Thursday, December 29, 2005

qué sera de los amantes



Primero, nos podemos preguntar qué pasara con los que se quedaron.

Con los despechados por estos amantes apasionados que decidieron abandonar la seguridad del mundillo santiaguino para vivir su amor.

La respuesta parece fácil.

Los que se quedan siempre lloran durante un tiempo, se quejan y explotan cada día envueltos en grandes estallidos de ira y amargura, pero pronto se les pasa, se calman sus rabias, sus egos heridos dejan de sangrar y comienza la lenta cicatrización. Hasta que su materia viva, su sangre, su menstruación y su semen vuelven a sus cauces normales, a sus ríos circulares sin principio ni fin. Y así se quedan, semejantes a lo que eran antes de que los amantes se fueran.

Dos seres sin el menor atractivo, que solo tuvieron la suerte de conocer a los amantes y vivir la intensidad de sus vidas el poco tiempo que duraron sus relaciones.

Pobre gente sin interés.

Los amantes, por el contrario, durante el mismo periodo, se entregan a su amor, a la profunda pasión que sienten el uno por el otro. Esa fuerza incontenible y magnética que los hizo juntarse a tal punto, que en un momento se sintieron unidos en un solo ser. Un ser amorfo y degradado, pero uno, solo uno.

Los días pasan lentos, suaves, tenues y calmos, al menos, en apariencia. Nunca salen de la casa. Se quedan contemplando la belleza de la quebrada, disfrutando del sol de media jornada y gozando con cada atardecer.

Y a medida que la tierra gira alrededor del sol, hacen el amor una y otra vez, una y otra vez, envueltos en una suerte de atmósfera tibia y húmeda, plena de aromas pélvicos. Se persiguen y se encuentran por toda la casa, deseándose.

El deseo los cubre como un manto de flores y algodón, suave, impúdico y liviano, sin que ellos se den cuenta que en realidad están entrando poco a poco en la peste, la enfermedad del amor, la locura del sexo desenfrenado teñido de un amor que no es real, que los comerá hasta las entrañas, hasta hacerlos morder su propio polvo, su sangre, sus fluidos carnales, corporales, pestilentes, nauseabundos, vomitivos.

Nada de lo que viven es bueno, ni menos real. La droga los enferma, los traga, los come en pequeños trozos sanguinolentos, llenos de esperma y menstruación.

Ahogados en la lujuria de los dioses antiguos, de las divinidades de los tiempos oscuros, en que la luna y el sol se encontraban en lo alto de los templos para hacer el amor, para tragarse sus sexos jugosos, húmedos y tibios. Vergas calcinantes, vaginas sulfurantes. Pestes de olores y fuego, cubiertos de la esperma del ritual, del sacrificio humano a esos dioses entregados a la sexualidad sin limites, sin fronteras.

Los amantes se tocan, se miran, se lamen, se huelen y se saben, pero nada de eso es real. Todo es un teatro de sombras, una ilusión.

Hasta que aparece entre ellos la diosa perdición. Una puta nacida de la cruza de Zeus y una actriz porno, la peor de todas, la fatal. Llega a su refugio del amor para hacerlos saltar en mil pedazos.

Ellos no lo saben, pero con su cara de ángel y su bondad aparente los embaucará con sus artimañas hasta hacerlos caer, hasta hacerlos mil pedazos de mierda y lanzarlos por el wc de la vida sin retorno. Con algo de arrepentimiento, pero sin retorno. Así es como caerán en el infierno del desamor, de la rutina y la estupidez. Sin retorno, sin explicación, sin nada entre las manos.

La estupidez del amor, la vulgaridad de un sentimiento que parece ser todo y en el fondo es nada. Una pura mierda que tarde o temprano - tarde o temprano - se transforma en odio, donde la miseria humana se hace presente con toda su vulgaridad de excremento, saliva y esperma.

La intromisión de la diosa perdición, quien ha tomado la forma de una amiga. Inocente, cómplice de los enamorados, bella y deseable, omnipresente en su aroma de rosas del amanecer.

Toma de rehén el alma del estúpido amante, del idiota sin ley, del pobre canalla guiado por su verga, por su río de semen que quiere salir al mar, que se asfixia en el lago de la amante. Porque no hemos de olvidar que su amante le ofreció un mar, pero irremediablemente, siempre será un lago, y peor aun, siempre será un lago con afluentes, con pequeños ríos jóvenes que bajan de la montaña, con fuerza, con alma joven, con ímpetu. Como un potro a ser domado.

Afluentes frescos, cristalinos, pero, paradojalmente, nada transparentes.

La diosa perdición es la mejor puta. La dulce miel de los sentidos, el fresco aliento del amanecer después de una noche de juerga. Esa luz gris que todo lo invade, que todo lo proyecta como en cinemascope. Esa luz que llenó por tanto tiempo mi alma feble e inútil.

Pero no es de mí de quien estamos hablando, sino de esos amantes que se escapan a vivir su amor entre montaña y mar, entre bosque y océano, encerrados en la maravilla de un lugar paradisíaco que con toda su belleza, igual los agobia, los aburre y los hace pensar que no están completos, que la novedad ya no es tal y que, parece - solo parece - que se están transformando en una pareja, una pareja a la que engañar.

Y así es como, al cabo de un par de semanas, ella le propone que por que no invitan a una amiga a pasar un fin de semana, que seria entretenido, que la hecha de menos y todas esas cosas dichas dulcemente, de forma que él no pueda decir que no.

Viernes por la noche y aparece la chica, guapa, joven y muy liberal, con ganas de pasar un “entretenido” fin de semana en la playa, como una gatita desvalida que entra al nido de los amantes a comer los huevos deseosos del amante que solo quiere novedad, que solo quiere alguien distinto cada día en su cama.

El triangulo, la presencia de ese otro despierta el erotismo de la amante, su libido comienza a subir y quiere mostrarle a la amiga lo bien que esta, lo bueno que es él, lo rico que esta y por qué escaparon de todo y de todos para vivir su idilio, el romance que se quiere prolongar a como de lugar.

Tuesday, December 13, 2005

¿Qué será de los amantes?




¿Qué puede pasar cuando una pareja de amantes decide terminar con todo y partir a una casita en la playa de Tunquén?